LA CODICIA
El “yo” independiente
El cristiano está unido a Cristo en una unión santa y puede producir fruto para la gloria de Dios. Cristo es el esposo, que transforma a la esposa, de una condición carnal, a una renovación espiritual. Su muerte y resurrección, producen en nosotros salvación y libertad.
El “yo” independiente, se encuentra en el capítulo 7 de Romanos (el pronombre “yo” y sus equivalentes). Mientras el “yo” no se someta, se encuentra desposado con la ley. Sin Cristo, aún el “yo” renovado, NO puede hacer nada:
5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer. | S. JUAN 15:5
El contrato con la ley debe terminar. La sangre ha limpiado los pecados externos: la ley “No codiciarás” señala hacia las profundidades de la naturaleza del hombre.
CODICIAR: desear con ansiedad, ambicionar poseer con afecto desordenado.
El hombre no conociera la codicia si la ley no dijera “No codiciarás”.
Los deseos controlados por el egoísmo, apetencias de ventaja, ansias de poseer lo que otros poseen, se traducen en “codicia”. Algunos sinónimos útiles para una mejor comprensión, serían: concupiscencia, envidia, rivalidad, celos. Sin embargo, podemos anhelar dones espirituales, para el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Podemos llamar a la codicia, “el monstruo de los ojos envidiosos”, que está dentro del hombre que en su interior batalla por lograr sus propios fines egoístas, aunque no los logre realizar.
La codicia es la causa interna de muchas depresiones y sentimientos de infelicidad, que surgen por deseos frustrados y desordenados. Puede estar por largo tiempo en el corazón, antes de que sea descubierta; puede parecer cosa mínima, pero cuando crece y se desarrolla, engendra muerte.
El décimo mandamiento (“No codiciarás”), toca a la SUBSTANCIA MISMA DE LA PECAMINOSIDAD DEL HOMBRE. Es un mandamiento específico que menciona y nombra los objetos de la codicia (la casa, la mujer, el siervo, la criada, el buey, el asno, etc.).
La codicia está entronizada mucho tiempo antes en el corazón, antes de que “se manifieste” en sobornos, robos, etc. El adulterio se comete en el corazón “antes” de que se llegue al acto mismo. Cuando la Biblia especifica acerca de no codiciar su ganado, podemos referirnos a sus fuentes de trabajo ó de transporte, ó de alimentación.
El hombre califica como “idealismo” a estos niveles de conducta y al quebrantamiento de dicho mandamiento. Dios le llama “pecado”.
5 Amortiguad, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, inmundicia, molicie, mala concupiscencia, y avaricia, que es idolatría: 6 Por las cuales cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de rebelión. | Colosenses 3:5
Este versículo nos habla de las pasiones desordenadas, entre las que se nombra a la mala concupiscencia ó codicia. Existen ciertos afectos en el alma, los cuales tienen un control anormal de los pensamientos y deseos. El adulterio de José y la esposa de Potifar, nunca se cometió, aunque ella continuaba con sus deseos desordenados en el corazón.
NOTA: El 7º. Mandamiento prohíbe el acto de adulterio, pero el 10º. Mandamiento prohíbe “el afecto desordenado que hay EN EL ALMA, antes de que el hecho mismo se lleva a cabo:
28 Más yo os digo, que cualquiera que mira á una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. | Mateo 5:28
La codicia, es pues, un “pecado residente”, ya que el pecado se identifica en el corazón del hombre. Los otros mandamientos hablan de quebrantar “externamente” algo –fuera del corazón del hombre.
El nombre de Dios se profana por nuestro vivir externo. La vida exterior puede ser legalmente controlada, así como una concupiscencia desordenada puede mantenerse externamente bajo control (“cierto” control). Aunque éste dominio interior de la concupiscencia pueda ser siempre firmemente controlado, con todo, él es condenado como pecado.
La codicia es una cosa secreta que puede estar ahí mucho tiempo sin ser descubierta; puede corroer hombres y mujeres que aparentan ser justos y respetuosos. Después de que todas las plagas externas hayan sido destruidas, puede estar ahí, invisible, sin ser tratada. Es la plaga del corazón.
Muchos cristianos dicen que ese pecado residente no puede ser quitado. Pablo dice otra cosa: que hay un Libertador!
23 Más veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo á la ley del pecado que está en mis miembros. 24 Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? | Romanos. 7:23-24
El cautiverio del pecado puede ser roto interna y externamente:
25 Gracias doy á Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo á la ley de Dios, más con la carne á la ley del pecado. | Romanos 7:25
Si alguien aceptaba para sí, el cuerpo de muerte, podía ser libertado de ese cuerpo muerto que le había sido atado a él en castigo romano:
2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. | Romanos 8:2
Y eso fue precisamente lo que Jesús hizo por nosotros.
David recibió el perdón misericordioso del pecado externo, pero clamó por libertad interna:
6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo: Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y será limpio: Lávame, y seré emblanquecido más que la nieve. | Salmo 51:6-7
Esa codicia interna necesitaba ser removida:
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí. | Salmo 51:10
Pablo también conocía esa realidad.
18 Y yo sé que en mí (es á saber, en mi carne) no mora el bien: porque tengo el querer, más efectuar el bien no lo alcanzo. 19 Porque no hago el bien que quiero; más el mal que no quiero, éste hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no obro yo, sino el mal que mora en mí. | Romanos 7:18-20
La ley NO puede erradicar la codicia. Jesús vino a hacer lo que la Ley no podía hacer. Hizo una provisión completa en el Calvario, no solo por los pecados externos, sino también del pecado del corazón:
34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está á la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. | Romanos 8:34