La voz que clama en el desierto

La Respuesta a la Juventud

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Por Jack Wrytzen

Si ha habido algún día en que el mundo ha necesitado oir buenas nuevas, ¡es hoy! La gente del mundo está confundida y teme el futuro. Los problemas a los que se enfrenta y sus gobiernos, les hacen sentir inseguridad, aunado al hecho de reconocer que no tienen el gozo verdadero y la paz en sus corazones.

La Biblia contiene la única respuesta a esos problemas, porque la Palabra de Dios nos dice que el «evangelio… es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…» (Romanos 1:16). Yo he experimentado este poder de Dios en mi propia vida, y sé que es verdaderamente efectivo.

Antes de ser salvo, pasaba las noches dirigiendo una orquesta de baile, tocando para clubes de fraternidad y bailes para señoritas. Durante el día trabajaba en el negocio de seguros. Juntamente con todo esto, me uní a la Banda de la Caballería 101 en Brooklyn. Ahí, una noche por semana, montado a caballo tocaba mi trombón.

En mi vida tan ocupada, no encontraba mucho tiempo para Dios o la Biblia, hasta que una noche un compañero mío llamado Jorge, de la Banda del Ejército de los Estados Unidos, me dio un Evangelio de San Juan. Mirándole, pregunté cuál era su idea, porque él era el último que yo esperaba ver con una Biblia bajo el brazo.

Entonces me dijo que había aceptado al Señor Jesús como su Salvador personal, y que había sido salvado maravillosamente. Traté de regresarle el Evangelio de Juan, asegurándole que yo no tenía el menor interés en leerlo, pero él insistió en que me lo llevara. Bueno, por fin para ser cortés, tomé el Evangelio de Juan y lo puse en mi bolsillo. Mientras que estaba parado en la estación del tren de camino a la casa, puse la mano en mi bolsillo y encontré el Evangelio de San Juan. Lo saqué y leí: «El Evangelio de San Juan.» ¡Qué casualidad! ¡San Juan, no más! De alguna manera tan sólo el pensamiento de «Santo» me ardía por dentro. Pensé: «¡Oh, qué niño o qué santurrón soy para traer conmigo el «Evangelio de San Juan!»

Así que, lo rompí en pedazos y lo tiré de la plataforma de la estación.

Mi amigo: eso era lo que yo pensaba de la Palabra de Dios hace unos años. Poco reconocía yo esa noche mientras que estaba parado allí rompiendo en pedazos la Palabra de Dios, que en unos cuantos meses sería yo, roto en pedazos por ese libro, y me vería como un pecador, perdido y necesitando al Salvador del cual la Biblia nos habla. Era una noche fría de enero cuando rompí el Evangelio de Juan.

El siguiente lunes por la noche me encontré con Jorge otra vez. La primera pregunta que me hizo fue:–Jack, ¿cómo te va con el Evangelio de San Juan que te di la semana pasada?–¿Evangelio de San Juan? ¿Qué Evangelio? ¡Oh, dices aquel librito rojo!–Sí, ¿lo has leído? – preguntó.–¿Leído? Sabes, Jorge, lo tiré antes de llegar a casa. ––¿De veras? – contestó –. Bueno, aquí hay otro.–Oh – dije –, mira, Jorge, no comencemos eso otra vez. Como quiera, semana tras semana Jorge siguió dándome tratados y evangelios. Cuantos más me daba, más los tiraba.

Pasaron seis meses, y fuimos al campo del ejército juntos.–De seguro que a Jorge se le olvidará todo acerca de su vieja religión, en este ejército de hombres, bebiendo, apostando, maldiciendo – yo pensé, porque sabía que el verano anterior Jorge había cometido toda clase de pecado que un soldado podía cometer.

El primer día que estuvimos en el campo del ejército, oí a varios de los muchachos usar el nombre del Señor en vano, despreciándolo hasta lo máximo. Vi que Jorge habló a uno de ellos, y le dijo:–Mira, muchacho, el nombre que estás usando es el nombre que me está llevando al cielo. ¡Eso me llegó al corazón! Sabía también que un cristiano leería su Biblia y se arrodillaría antes de acostarse.

Entonces pensé:–¡Seguramente Jorge nunca leerá su Biblia ni orará con estos muchachos a su alrededor! Sonó un golpe; apagaron las luces, y Jorge no había leído su Biblia ni orado. Todos estábamos acostados, pensando que él tenía miedo de hacerlo. Pero ¡espere un momento! ¡Jorge estiró la mano dentro de su bolsa de cuartel, y agarró su Biblia y linterna, y allí se sentó en la orilla del catre! Todavía lo puedo ver. Después de haber leído por un tiempo, se arrodilló para orar. Le podíamos maldecir, tirar zapatos o cualquier otra cosa, pero él se quedaba allí hasta que había terminado. ¡Él era un hombre!

Después de ver a este amigo allí en el campo del ejército por dos semanas completas, veinticuatro horas al día, y notando el cambio tan maravilloso en su vida, yo decidí que él tenía algo que yo no tenía. ¡Cuánto él tenía, yo lo quería! Ese verano cuando regresamos del campo del ejército, encontré un Evangelio de San Juan y comencé a leerlo.

El siguiente otoño la banda se volvió a unir. Mi amigo, Jorge, me invitó a una reunión en Brooklyn donde el evangelio sería predicado, y fui con él. En esa reunión varias personas se pusieron de pie, uno tras otro, y contaron lo que valía Cristo para ellos. Todo esto era nuevo para mí, porque aparte del testimonio de Jorge, nunca había oído tal cosa antes.

Pero esa noche Dios, en su misericordia, me dio gran convicción. Me enojé. No me gustaba la manera en la que el predicador hablaba acerca de un cielo y un infierno real, y de la segunda venida del Señor Jesucristo. Nos habló directamente de que la única esperanza de ir al cielo era el nuevo nacimiento. Como no me gustó, salí de la reunión enojado.

Esa noche en la casa, mientras estaba acostado en la oscuridad de mi cuarto, parecía que toda la oscuridad de la eternidad estaba sobre mí.

Reconocí por primera vez en mi vida que yo también, era un pecador; pero Jesucristo, Hijo de Dios, murió y dio su sangre en la cruz del Calvario por mí. No sé cómo, pero me salí de la cama, me puse de rodillas y confesé a Dios que mi vida había sido manchada, marcada y ensuciada por el pecado. Allí mismo le pedí en esa hora que me salvara por amor a Jesús.

No recuerdo cómo o qué oré esa noche, pero sé que pasé de muerte a vida, del poder de Satanás a Dios. Mis ojos fueron abiertos y el perdón de mis pecados fue mi recompensa. Esa noche Jesucristo vino a ser real para mí.

Lo que hizo por mí, estimado amigo, lo puede hacer y lo hará por usted, si quiere, porque: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» (Juan 1:29). ¡Hablamos de poder atómico! Bueno, el evangelio de Cristo es mucho más poderoso que eso. Estimado, el poder de Dios es el que puede salvar lo dañado y reclamar lo desamparado y perdido.

Hombres y mujeres pecadores, que únicamente creen en el Señor Jesucristo, serán salvos por toda la eternidad. Porque nuestro, «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8). Note en 1 Timoteo 1:15 donde Pablo dice: «Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores.» Romanos 5:6 dice: «Cristo… murió por los malvados.» Pero Gálatas 2:20 dice: «Cristo… dio su vida por mí.»

Es maravilloso decir que Cristo murió por mí. ¿Usted lo puede decir?

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